Me parecía
tan natural querer huír. Tal como lo era volar para los pajaritos, o para el
polen marchar sobre la corriente a sembrar más tierra. Tierra más allá de mí,
de la que está doblando el horizonte, de la que solo he visto en sueños, muy a
medias. Cuando veía a los perros
correr tras de los coches, pensaba, tal vez eso es envidia. Como la que yo
tengo cuando los quiero imitar aullando en el balcón. Sin vergüenza, porque
quiero que me oigan. Quiero que lo sepan: que poco de esto es para mí, que yo
soy como los ratones que tocan la tierra con sus manitas de humano; me está saliendo
pelo y no voy a disimularlo. Yo soy de su manada y de su jauría;
yo soy de la bandada de pájaros que va donde el frío no se cierna sobre sí.
Acostada sobre mi espalda en la lanuda alfombra de una por lo más vacía
habitación, me paso los minutos largos como años pensando, ¿por qué nadie más
dice que se quiere ir? Me quiero ir. Es un sentimiento tan inocuo y afable, tan
blanco y tierno como el brote de una fresaria. Nunca se me hubiera ocurrido que
era algo a ahuyentar y reprimir. Nunca hasta que le dije a mi madre, como quien
dice que quiere ensaladilla para cenar, mamá, te cuento un secreto: me quiero
ir. Ella instantáneamente se puso a llorar, y me sentí como si hubiese dejado
caer con toda deliberación una pieza de cristal al suelo.
-¿Por qué te
quieres ir? ¿No eres feliz aquí?
-Sí lo soy.
-Entonces,
¿por qué?
-No sé. –dije
recién confusa, habiendo asumido hasta ese momento que todes compartían ese
deseo conmigo, solo que por algún motivo que todavía no aprendía, no podían
decirlo. Sabía que
tenía que avergonzarme, pero ello no surgía en mí por sí solo, porque ninguna sección de mi ser comprendía el por qué. Una verdad equivocada; a
veces, de eso se trata crecer: descubrir que lo que pensabas indudable es
acusadamente acusado. ¿Y cómo no voy a querer moverme como todas las demás
criaturas animadas, cómo no voy a querer recorrer la línea del monte como los
caballos?
El mundo; no
el mundo entero, sino el mundo hermético dentro del cual yo nací, está
construído de tal manera que nadie puede huír. Nadie puede negarse a
permanecer, o negarse a sí misme sería. Humana eres, como tu madre, como tu
padre, como la maestra que te enseña las humanas matemáticas, las humanas
lenguas, la humana gimnasia. Y has de ponerte toda esta humana ropa, ¿cuál te
gusta más? Y has de hacer lo que hacen les demás. Profunda envidia yo tomé por
todo lo que se llamó animal. Profundísimo anhelo de escapar, sin decir nada, sin
dejarme amar. Pero nunca lo hice. Me erguí sobre dos patas, y tan solo miré.
Ahora todo es mirar.
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