Así crecen poco a poco todas las criaturas tiernas, nacidas de mí tras el juego del aire, la mirada del sol y la incursión del agua hasta mis cámaras más oscuras y secretas. Desde que me conozco, soy fértil y dispueste, y dejo que en mí arraiguen todas las plantas, y que en mí duerman todas las fieras. Mi amor es tan inmenso que a todas las latitudes sin esfuerzo llega, y tanto nutre que pronto todes mis hijes de mí se alejan. Ascienden más y más al cielo mientras que yo me quedo en llano, quiete; sus pies brincan y corren y vuelan, y mi corazón que bien los guarda, solo se queda.
¡Ojalá yo alzarme sobre mí misme hacia el cielo y alcanzar así, el más irrealizable sueño, con unos pies como los vuestros pisar el suelo del lugar más lejano, y recibir en mi rostro el resplandor de lo sobrehumano! Y abrazaros, hijes míes, a todes rodearos entre los brazos colosales de la tierra; cubriros enteres con el amor más puro, mezcla de todos los dioses, y que todos los elementos veneran.
Cielo que se extiende hacia el infinito; con cada pasito las cosas más y más de mí se alejan. Cuanto más se conoce el universo, yo me hago más incapaz y pequeñe. Tan solo puedo mirar, como la roca que soy, en infinita paciencia. Amar como una madre. Amar por siempre y para siempre, a la vida y a la muerte, sin hacer distinciones; celebrar partos y defunciones, y recibirlo todo en mí como tesorere.
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