Todos los ríos desembocan en el mar. Más lentos o rápidos, más sucios o prístinos, de aguas calientes o frías, cargados de furiosas lluvias o arrastrados por la sequía; todos son licuados por las corrientes del mar unidas, y sumados a la danza comunal de la vida. Indistintas entre sí dan vueltas a la Tierra cada una de sus gotitas, saltando en cada roca del planeta sin soltarse nunca las manitas. Somos uno, el gran océano, el más alto por profundo; con nosotros llevamos los secretos que se esconden en el abismo, y sobre nosotros navegan los barcos del mundo. Y yo, solo yo, arrastrade por el río más turbulento llego al mar sin barca alguna con la que cruzarlo. Resbalando como un pez de las distendidas manos de la alegría, heme aquí, compartiendo el mar contigo y con todes, única y gran cosa compartida.
Vine de jugar y revolverme en el suelo cálido y suave del río, casi olvidándome de que el mar me arrastraba implacablemente hacia sí, casi creyendo que habría salvación para mí.
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