A veces el pinchazo es tan leve
que ni tan siquiera lo noto
hasta que estoy desvanecide sobre el suelo pensando cuándo,
cuándo me he roto.
A veces tu roce es tan suave
que no puedo sino olvidarlo,
hasta que despierto encharcade en el rojo que se ha ido gota a gota escapando
de mi corazón perforado
por tu tallo encantador,
por los afilados caninos de tus hojas, y el candor
de tu rostro, carmesí como el albor, oh rosita que te clavas sin que te lo pueda negar yo...
Los clavitos de la rosa se me van clavando,
el aroma de la rosa impregnando mi boca, por mi profunda sed de roca deshecha en un millón
de
pedacitos que espejan al Sol. Qué puedo por una flor como tú hacer yo,
si no hay en mí húmedo abril, si en el desierto no hay mayo gentil, si
todo lo que soy es ardor.
Contemplarte siempre lejos de mí,
y que aún así
consigan tus espinas traspasar el grosor
de mi piel de arena, y acercarse a mi núcleo con cada pulsación.
No quiero tenerte, rosa,
pero ojalá me tuvieras tú cual abejorro en tu interior.
No albergo deseo, rosa, mas me desbordo,
me desbordo de amor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario