miércoles, 18 de marzo de 2015

Declaración de guerra II

Luz que diezman las nubes descompuesta en colores mil, ¿cuánto me puedo fiar de ti? 
¿No será más auténtica la luz del fuego que fluye en el cuerpo del planeta, aunque en lo escondido 
y oscuro, no la pueda discernir? 
Pues desde lo alto estás obligándome a distinguir cada cosa que veo, ignorante de que el suelo se sacude, 
y que mis pies pueden sentir.
¿Cómo saber si eres un dios bénevolo o vil? Cuando llega la noche, tú no mandas sobre mí. 
La luz que yo misme prendo, con mis propias manos en mi candil 
es la que descubre las cosas, entre tinieblas bogando gentil. 
No se tienen que ocultar en lo agrietado ni techado 
cuando te has ido a dormir junto a los que siguen tu dictado; tienen medio mundo 
para sí. 
Yo soy desvelade y me rebelo a tu reinado, pues lo que nunca me señalas lo quiero descubrir.
Mi sombra nunca me deja de seguir. De mi misma base brota y tú 
la diferencias de mí. 
Pero cuando te vas, somos une; y si queremos hablar antes nos tenemos que recluír 
donde no nos veas, mi piel sea solo suya y de tu ácido tacto huír.
Por un momento ser más brave que las bestias y no pensar, 
solo sentir.
¿Qué es lo que hay donde no miras? ¿Qué es lo que se mueve y tintinea allí? 
Lo que tantos ignoran por no desobedecerte, y que a tantos otros nos llama desde que vinimos a vivir.

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