jueves, 19 de marzo de 2015

Declaración de amor II

¿Me dirás, mi niña, qué es
lo que en la distancia oyes, 
lo que en lo lejano ves?
Tienes la mirada fija en el horizonte y no sabes 
si el mundo está del derecho o del revés,
pues el mar imita al cielo, ¿o es del mar el cielo 
copia fiel?
Con sus nubes de espuma, con su sol 
y su luna, me preguntas por qué 
cuando llueve no cae ningún pez.
Cuál es espejo, cuál el reflejo, cómo saber
si el uno en el otro nunca 
se dejan de ver.
Nada de lo que se te dice te lo acabas nunca de creer.

Por favor, miña flor, ¿me dirás 
por qué?
Me estás haciendo temblar una y otra vez;
para que no me veas llorar me tengo que esconder,
pero siempre escuchas.
Con tus ojos terrosos me escrutas, 
buscando el dolor en mi tez,
¿es que no se mira ya bien?

Vivo temiendo el día en que me digas
que todavía
el remolino te quiere absorber,
que no por ello me vas a dejar nunca 
de querer.
Si pudiera yo siempre tenerte
cual flor en este tiesto, inerte,
enjarronada en mi amor, viendo 
a través.
¡Dime, pequeña, por qué no! ¿Por qué?


Si supiera quién a quién imita 
de entre lo que existe y la fe.
No quiero que llores, quiero que siempre estés
llena de mí y yo llene de ti, sin que nos aislen pena ni estrés.
¡Te declaro mi amor! ¡Sonríeme!
Hazlo por ti.
Nada más puedo pedir a quien me ha dado el don más grande,
don de vivir; resistir hasta sucumbir,
de poder con la fauna reír
y mis manos la rosa herir,
me lleve algún tren o lo ande.

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