miércoles, 10 de diciembre de 2014

Deseo terrenal II

Yo quisiera ser la flor de la que bebe el colibrí; que el más dulce néctar que éste hubiese probado fuera el que se produce en mí, y cada mañana viniese tras la rugiente noche a olvidar sus pesadillas, con la luz del sol naciente y mis sonrojadas mejillas no creer más en lo vil. Cómo quisiera que me viese como la fuente suprema de las cosas más buenas, aunque en realidad yo sea una flor como otra cualquiera, quizás incluso algo imperfecta, y seguramente demasiado infantil. Que mi esencia en su boca fuese la más refrescante; que en su lengüita de pájaro se disolviesen estrellas de azúcar y lágrimas de miel, y cada amanecer me saborease como por primera vez. Que cada beso mío que él viniese a buscar, fuese como un primer beso, de los que despejan todas las nieblas y doblan todas las lanzas. Y acudiese por siempre el colibrí con la aurora a recolectar mi amor interminable, hasta que una tarde sus alitas dejasen de vibrar y mis pétalos se dejasen caer para a la tierra regresar.

Quisiera ser el tallo sobre el que el gorrión se posa. La rama más robusta y menos traicionera, donde anidar cada año y formar un hogar; donde siempre se pueda regresar, por más que las estaciones se sucedan. La casa del gorrión siempre firme está, pues yo resisto la tormenta. Y vea en el corazón de su nido el gorrión brillar una estrella; la llama de una amistad duradera que lo mantuviese cálido por lejos que se fuera, y que incluso, si la vida lo permitiera, a la caducidad de sus plumas y de mis hojas nuestra luz trascendiera.

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