Las flores que caen del tallo en su último suspiro nos ceden su vida. A la tierra vuelven como vuelven siempre los amigos.
Mi color es absorbido por el sol que mi piel absorbió en su día. Solo soy un pétalo, un pedazo ínfimo de lo que fui, pero todavía me reconocen, aunque esté ya muy lejos de aquí. A cambio de mis recuerdos recuperé todo cuánto perdí, mas mis memorias vuestras son para siempre: fueron lo último que os di. Todo cuánto deseo ahora es ver vuestro rostro feliz; por favor, no lloreis por verme partir.
Os prometo que será breve la espera, pues las flores nacen incluso fuera de la primavera. La alegría pintará vuestras mejillas como a las corolas, y el rocío de vuestros ojos se evaporará con la luz más cálida e intensa. Y creceréis altos y vigorosos, bellos y atrayentes, y dareis a los abejorros que acudan el néctar de vuestra bondad. Luego os marchitaréis, y vuestras mejillas como pétalos caerán hasta reencontrarse con el suelo. Moriréis, mas solo en materia, pues vuestra esencia correrá como sangre por la tierra, por el agua, por el viento, y veréis que Dios es verdadero. Os encontraréis con Él, más allá de la vida, más allá del vergel del Paraíso, entre todos vosotros, como un melocotonero en flor. Volaréis hacia Él como abejas, y sus flores se harán frutos que tendrán el más grato sabor. El sabor de una promesa cumplida.
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