Ojalá poder barrer la herida que abrí en tu suelo
como son despejadas las hojitas por el viento;
apenas rozando de puntillas las baldosas con su crujiente cuerpo,
silbando como un sonajero.
Ojalá poder soplar la candela de tu celo;
que con tan poquito aliento diese paz a los objetos
fuera del espectro.
Pues sé bien del continuo terremoto que agita nuestros huesos,
y de las manos que calman sobre el pecho.
Y sepa, por ello, cada guardián del infierno
que me arrepiento.
Ojalá tú pudieras verlo con la certeza de ellos.
Mi mismo corazón rajé en el momento
que me olvidé de ti.
Si he de elegir una excusa:
nunca pude dormir.
Y las noches son tan largas.
Para mí.
Para ti.
Ojalá poder ser el oasis que te resarce en el desierto, en vez de la arena misma que arde bajo tus pies.
Ser quien repica las campanitas colgadas de tu techo cuando abres la ventana,
sonarte así de bien.
Ojalá como esa misma brisa recorrer
la hendidura en mí,
y en tu ser refrescar el incendio.
Y en la casa en ruinas que fueras después
plantar miles de semillitas corriendo...
¿Cómo podría yo sanar lo que mismo yo dañé?
Quizás no puedo...
Seguro que no puedo.
Pero si lo que creo de los dioses es cierto,
entonces solo tú puedes juzgarme.
Solo tú en misericordia me abrirás la puerta al Cielo.
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