lunes, 25 de octubre de 2021

Stillborn

Puse un huevo que nunca se abrió.

Hace unos veinte años
cuando mi cuerpo empezó 
a macerar cual melocotón caído.
Puse un huevo grande y pesado
en la oscuridad de mi habitación,
rodeada de mis peluches
que me miraban con curiosidad
algo de asco, estupor.
Permanecí despierta durante varias noches
a la luz del ordenador
guardándolo,
esperando su eclosión.

Lo escondía de mamá y papá,
bajaba la persiana 
para que no lo mirasen
ni las estrellas ni el sol.
Estaba avergonzada, confusa
espantada mientras mi cuerpo
destilaba amargor.
Pasé tantas noches despierta,
mas el huevo nunca se abrió.
Al arrejuntarlo a mi cara
no se escuchaba
un corazón.

Me enfriaba el cráneo
cual si por núcleo tuviese 
un océano helado
como el de los planetas más alejados
del sol.

Decidí enterrarlo 
en lo más hondo de mi armario
detrás de un montón de cables,
cajas de puzles y juguetes 
en necesidad de reparación.

Escribí en la cáscara la fecha en la que nació muerto con un rotulador metálico rosa.

No puedo decirle a nadie que 
una vez puse un huevo
que nunca se abrió.