Quisiera que, al escribiros, os escindieseis de mí. ¿Por qué, si os libero, me decidís perseguir? Yo digo: no os aguanto más en esta casa; y os abro la puerta para que salgáis al sol que os dibujará. Y salís, y tomáis forma; nacéis para el mundo y el mundo os recibe como a todas las cosas. Ya no más errar por los interiores, ya no más estar diluídas con las sombras; sin embargo no marcháis del marco de la puerta y miráis hacia atrás, curiosas, como preguntándome a dónde vais a ir. ¡Yo que sé! ¡Solo idos! Porque cansa vivir así. Por la noche hacéis mucho ruido y yo necesito dormir.
Me atraviesa vuestra mirada el corazón como una daga, y siento el hierro oxidándose dentro prontamente al tocar mi sangre oxigenada. Rápida, mas largamente, ensuciais con vuestra insistencia mi alma y siento que debo pedir perdón, aún cuando sois vosotras las que ofendisteis a Dios en el hogar, y queréis salir indultadas. Me pregunta que qué hacemos y le digo, ya no lo sé, ¡nadie me dijo cómo criarlas! ¿Cómo voy a ser, con estas heridas que no curan, inmaculade? ¿Bienaventurade, yo, que engendro cosas tan poco santas? Y por favor, no me tomes por ingrate. Yo quisiera perdonarlas, pero mira cómo me matan, cómo lo intentan en la misma entrada de mi casa.