sábado, 20 de junio de 2015

Deseo terrenal III

Simiente, soy tierra. Arráigate en mí y serás árbol.

¡Oh, pero qué digo! ¡Si solo soy arena! En mí no crecerás, pues sobre mi piel cubre el hechizo inerte de la sal. Y sin embargo, más que a la tierra que es fértil, los líquidos me calan y vuelven pesada.
¿Qué destino es este, de ser desierto, mientras que el océano restriegue por mí hasta el fin de los tiempos sus algas de esmeralda? Y las semillas que en mí caen, ¿cómo decirles que no soy lo que pensaban? Que ojalá las lleven las olas hacia alguna isla arbolada, si es que sobreviven el viaje, que no puedo darles planta.
Yo doy muerte mientras tú, tierra oscura, incesantemente te embarazas. Tú eres madre de cuanto respira, mientras que yo ahogo a los seres que en mí se varan. Tú abrazas tiernamente, y yo trago y sofoco cual si no significara. Más no hay odio en mí, no hay rencor por ti, ni hay siquiera envidia sana. Solo soy amante grava que acaricia si me toman sin esperar paga.
No tengo tus virtudes ni tu fama, ni tengo nada más que lo que las aguas y vientos arrastran. Pero mi amor es incondicional e infinito como el que capacita a las almas. Única cosa que en mí germinó, y que no habrá jamás de secarse. Que lejos de achicarse, se expande hasta más allá de donde mi cuerpo compuesto acaba; justo como hace el universo, que en algún futuro dispersará mis granos hasta ningún confín. Justo así madura mi afecto, incluso si soy el más estéril mineral; pues no hay requisito, ni hay objetivo final para quererte, a ti y a tus hijes, quererme y querer al mar que me empapa. Y que no haya perdón, pues no ha habido ofensa.
Y que no haya burla, pues no hay vergüenza.
Y que no haya nada. No necesito nada.