viernes, 10 de abril de 2015

Calor

Te escribo para decirte, aunque seguramente ya lo hayas advertido, que ahora mismo estoy, una vez más, en camino. Dime, tú que ya bien sabes que las cosas van en círculo, ¿es que hubo alguna vez en la que no hubiese acudido? Es verdad que a veces llego antes a la cita, y otras tardo tanto que dudas de lo aprendido, pero nunca habré de faltaros a ninguno de los vivos.
Avanzo de noche en noche porque en el día el Sol me ciega y arrebata toda mi energía; así de ladrón como lo encuentras, así sabes que estoy en travesía. Le aúllas con tus ojos a la Luna cuando brilla para que apure mi paso, porque sabes que es amiga, pero temo ser demasiado grande para oír tu magia tan callada y chiquitina.
En cuanto vislumbro, desde el Sur, tu paisaje enjoyado, me acuesto sobre las resplandecientes montañas muy agotado y el mar empieza a enrojecer; nervioso por la radiante desnudez del cielo, pronto empieza a evaporarse y a cubrirnos a todos de esa niebla que se pega tanto a la piel.
Paciente, tú lo sabes. Sabes que el vapor nos vestirá de la cabeza a los pies. A los titanes hijos de Urano y Gea, y a los pequeños humanos como tú, también. Encontrarás tu lecho mojado, y tu casa entera olerá a agua. Besarás entonces los cristales por los que la condensación resbala, y con la forma de tus labios se habrá marcado para siempre un oasis de nitidez. Como cuando al tocar con la yema del dedo el espejo tras una ducha caliente, pasados días, semanas y meses se ve reaparecer con cada ablución el redondel. Nada pensabas cuando en el vaho te imprimiste. No hay significado en tu gesto, pues. Sin embargo, hay algo en ello que me inquieta sobremanera, a mí que ni soy ser de piel.

En la oscuridad; no importa si es la de una noche sin electricidad, o la profunda negrura de una cueva jamás tocada por la luz solar, se embravece y precipita como una cascada hacia el abismo el mar, asustado del fuego que baila en remolinos en algún lugar entre tu corazón y vientre, queriendo con el planeta girar. Una llamarada surge dentro de ti, después de soplado un aliento. En cuestión de segundos se calienta todo tu universo. Ni en tu espíritu ni en tu cuerpo existe ya el invierno, y sin embargo, permaneces tan paciente.

¡Cuando en ti misma llevas mi templo, me esperas cual superviviente! Con las ventanas abiertas, como si te fueras a asfixiar de impaciente.