jueves, 19 de febrero de 2015

Los lazos

Ningún espíritu es libre. 
Vivos o muertos, todos estamos atados. 
Antes incluso de nacer, ligados a nuestra madre nos formamos. 
Conforme crecemos, nuestras propias cintas vamos anudando. 
Algunas apretamos con fuerza, otras no tanto; el viento pronto las deshace y se las lleva volando. 
Llega luego el momento en el que entre nosotros nos echamos lazos; los hay entonces que amarran 
y los hay que son amarrados. Los hay también que se lían 
de modo que nunca lo tendrán claro. 
Los hay que escapan de todo enlace, que esquivan 
todo lo lanzado hasta que ellos mismos tropiezan
y caen enredados. Los hay que dejan caer sus cintas tímidos, delicados, 
los hay que tiran de las cuerdas
como arrastrando ganado. 
Habrá bandas que acaricien tu rostro mientras otras te den latigazos, y tú mismo atarás 
en crueles abrazos, por preservar hasta la podredumbre 
el alimento de tu rechazo. 
Correas pondrás desde arriba, serpentinas 
lanzarás desde abajo.
Lazos habrá que te rodeen sin que nunca de ellos se haya tirado, 
mas con poco que te muevas, los nudos se irán estrechando. 
Tanto al rehén que amordazan 
como al niño que arropan, a ambos los envuelven como regalos. 
De tus ataduras te irás zafando, pero probablemente se quede algún hilo en tu ropa pegado. 
Puede que con quien compartas cinta la desenlace por su lado, y te encuentres de repente a ti solo anudado. Puede que cuando vayas a desasirte, cueste más de lo esperado.
Habrá cordeles que se tejan poco a poco con los años, 
en los que cada día que pasa se cosa un hilo más, reforzando. 
Otros serán deshilachados por el tiempo cual si al pasar se quedase enganchado.
Cierto hilo seguirás conforme vayas andando, que aparenta suelto y se te vuelva un lío al acumularlo en las manos. 
Llegará un momento que no sepas si tú lo llevas o si eres tú el llevado, 
y entonces, cuando tires de él, de ti mismo estarás tirando.