miércoles, 10 de diciembre de 2014

Deseo terrenal II

Yo quisiera ser la flor de la que bebe el colibrí; que el más dulce néctar que éste hubiese probado fuera el que se produce en mí, y cada mañana viniese tras la rugiente noche a olvidar sus pesadillas, con la luz del sol naciente y mis sonrojadas mejillas no creer más en lo vil. Cómo quisiera que me viese como la fuente suprema de las cosas más buenas, aunque en realidad yo sea una flor como otra cualquiera, quizás incluso algo imperfecta, y seguramente demasiado infantil. Que mi esencia en su boca fuese la más refrescante; que en su lengüita de pájaro se disolviesen estrellas de azúcar y lágrimas de miel, y cada amanecer me saborease como por primera vez. Que cada beso mío que él viniese a buscar, fuese como un primer beso, de los que despejan todas las nieblas y doblan todas las lanzas. Y acudiese por siempre el colibrí con la aurora a recolectar mi amor interminable, hasta que una tarde sus alitas dejasen de vibrar y mis pétalos se dejasen caer para a la tierra regresar.

Quisiera ser el tallo sobre el que el gorrión se posa. La rama más robusta y menos traicionera, donde anidar cada año y formar un hogar; donde siempre se pueda regresar, por más que las estaciones se sucedan. La casa del gorrión siempre firme está, pues yo resisto la tormenta. Y vea en el corazón de su nido el gorrión brillar una estrella; la llama de una amistad duradera que lo mantuviese cálido por lejos que se fuera, y que incluso, si la vida lo permitiera, a la caducidad de sus plumas y de mis hojas nuestra luz trascendiera.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Hundimiento

El agua goteando sobre el agua marca el ritmo de las horas haciendo plank, plank. Ya no necesito relojes, el tiempo no importa ya. La lluvia descarga con más y más fuerza sobre el mar. Me parece que tras la cascada veo las estrellas caer y naufragar, y yo me lanzo a por ellas aunque no sé bucear. Lo último que querría es ver mi cielo oscuro. Pero por rápido que me hunda, ellas se hunden más. Inalcanzables eran en la bóveda celeste e inalcanzables son ahora en las profundidades del mar. Para cuando me doy cuenta de esto, la superficie está demasiado atrás. Ya no puedo respirar, pero aún me queda un consuelo, y es que cuando llegue al suelo del océano, si tengo suerte, quizás se me conceda un primer y último deseo y encuentre mis estrellas caídas para entre ellas descansar. Descansar en un insomnio eterno, cegada para siempre por su claridad. Y cuando mi fuego se extinga y se quede mi espíritu mojado, me den su calor los astros derrotados en el frío abismo, hasta que a mi rostro lo olviden del todo y yo ya no exista más.

Mas cuando mis pies tocan el arenoso fondo, a mi alrededor solo hay oscuridad. Las estrellas siguen en el cielo; nunca cayó ninguna. Habré de descansar sin paz.