jueves, 14 de agosto de 2014

Declaración de guerra

Me asomo a la puerta y te veo llegar; la tormenta te sigue y doblega el paisaje allá por donde vas. Las nubes se tornan opacas, y no me dejan ver si traes ocaso o alba, pero sea cual sea tu presente, de tu visita temo que no me podré librar...

Aquí estamos de nuevo, viejo amigo, dispuestos a luchar.

¡Cuántas veces, maldito, me has hecho sangrar! Hasta el mismo tuétano se me salía del cuerpo con tus tajos de animal, pues no tienes piedad ninguna; frente a ti, todas mis virtudes dan igual. Escondido en el bosque ibas juntando la leña, ramita a ramita y con mucha hojarasca me montaste una hoguera. Es para calentarme el cuerpo, me dijiste, ¡ah, qué crueldad! ¿Es que no ves que mi hogar estaba ocupado ya? Pues claro que no lo ves, nadie más ciego que tú está. Con tu suma malicia preparas la chispa que la ha de incendiar; me haces expectante, ya no sé si reír o llorar viendo cómo te recreas en las vísperas de la guerra que me estás por declarar. Esta vez vienes con pirotecnia para maravillar, no sé si debería ya rendirme o resistir como la roca los azotes del mar.
Aquí estamos de nuevo, mi enemigo, dispuestos a pelear. Me combates con fuego porque eres un criminal, sabes que la luz me hace polilla y el calor me hace cristal. Sabes que te aplastaría si vinieras con ofensas, y por ello me atacas con la miel primordial. ¡Y sucumbiré!
¡Con gusto lo haré!
¡Arrójame la dinamita para que pueda ya explotar!
Siempre me has ganado, por mis grandes flaquezas te paseas como por el muelle, viéndome resbalar. Le sonríes a mi cara, la cual te sonríe de vuelta, porque mi derrota es dulce de saborear. ¡Para qué forcejear, si es tan fragante tu abismo! ¡ Tus rayos endemoniados mi noche iluminarán! Eres mi más dulce fracaso y mi más amarga gloria; nunca he desfilado triunfo en las santas calles de la sinceridad. Quizás ni siquiera haya un triunfo para mí en verdad, lo cual será mejor para todos, pues siendo tu cautive no tengo ya alegrías que dar.

Santo guerrero, me purificas con fuego, me haces penitente bajo tus alas por el premio de amar.

miércoles, 13 de agosto de 2014

El adiós de las flores

Las flores que caen del tallo en su último suspiro nos ceden su vida. A la tierra vuelven como vuelven siempre los amigos.

Mi color es absorbido por el sol que mi piel absorbió en su día. Solo soy un pétalo, un pedazo ínfimo de lo que fui, pero todavía me reconocen, aunque esté ya muy lejos de aquí. A cambio de mis recuerdos recuperé todo cuánto perdí, mas mis memorias vuestras son para siempre: fueron lo último que os di. Todo cuánto deseo ahora es ver vuestro rostro feliz; por favor, no lloreis por verme partir.

Os prometo que será breve la espera, pues las flores nacen incluso fuera de la primavera. La alegría pintará vuestras mejillas como a las corolas, y el rocío de vuestros ojos se evaporará con la luz más cálida e intensa. Y creceréis altos y vigorosos, bellos y atrayentes, y dareis a los abejorros que acudan el néctar de vuestra bondad. Luego os marchitaréis, y vuestras mejillas como pétalos caerán hasta reencontrarse con el suelo. Moriréis, mas solo en materia, pues vuestra esencia correrá como sangre por la tierra, por el agua, por el viento, y veréis que Dios es verdadero. Os encontraréis con Él, más allá de la vida, más allá del vergel del Paraíso, entre todos vosotros, como un melocotonero en flor. Volaréis hacia Él como abejas, y sus flores se harán frutos que tendrán el más grato sabor. El sabor de una promesa cumplida.

domingo, 10 de agosto de 2014

Nika

La lejana estrella se aleja aún más
en las noches de luna, se esconde bajo su vestido negro para nunca asomar.
¡Cómo osaría la estrellita igual que la luna brillar! Y yo pensando que si te acercas la has de deslumbrar, pues tú eres en la lejanía mucho más grande, luminosa y bella, y en mi corazón me desbordas y se derriten contigo las candelas.
Remota luz que guías los barcos que en estos mares que ni atisbas navegan, luz que das vida en los más desgraciados planetas y los haces paraíso, ¡heme aquí! Tan lejos, y tan llena, por la luz de una tan distante esfera que se piensa que está sola y vale menos que la llama de una vela. ¡Ay, lucero, si tú supieras!
Crecen en mí las flores como si fuese la tierra; viven en mi nariz sus fragancias embriagándome como veinte botellas; ¡si no fuera por el sol que escondido me simienta, sería más que el desierto yerta!
Eclipsada por el plenilunio, que no es más que mascarada, pues la luz de esta luna no es más que el reflejo de otra estrella agachada. Que no te engañen los poetas vendidos a la fría sonrisa de esta reina congelada, desierta, hueca y que toma las sombras por morada, ¡eres tú el calor, eres tú la vida y es tu fulgor el verdadero grial de las hadas!
Los siglos pasarán, y tú resplandecerás por siempre.
Tu fuego será cada vez más fuerte.
En la vida y en la muerte, te amaré siempre, estrella.