Aquí estamos de nuevo, viejo amigo, dispuestos a luchar.
¡Cuántas veces, maldito, me has hecho sangrar! Hasta el mismo tuétano se me salía del cuerpo con tus tajos de animal, pues no tienes piedad ninguna; frente a ti, todas mis virtudes dan igual. Escondido en el bosque ibas juntando la leña, ramita a ramita y con mucha hojarasca me montaste una hoguera. Es para calentarme el cuerpo, me dijiste, ¡ah, qué crueldad! ¿Es que no ves que mi hogar estaba ocupado ya? Pues claro que no lo ves, nadie más ciego que tú está. Con tu suma malicia preparas la chispa que la ha de incendiar; me haces expectante, ya no sé si reír o llorar viendo cómo te recreas en las vísperas de la guerra que me estás por declarar. Esta vez vienes con pirotecnia para maravillar, no sé si debería ya rendirme o resistir como la roca los azotes del mar.
Aquí estamos de nuevo, mi enemigo, dispuestos a pelear. Me combates con fuego porque eres un criminal, sabes que la luz me hace polilla y el calor me hace cristal. Sabes que te aplastaría si vinieras con ofensas, y por ello me atacas con la miel primordial. ¡Y sucumbiré!
¡Con gusto lo haré!
¡Arrójame la dinamita para que pueda ya explotar!
Siempre me has ganado, por mis grandes flaquezas te paseas como por el muelle, viéndome resbalar. Le sonríes a mi cara, la cual te sonríe de vuelta, porque mi derrota es dulce de saborear. ¡Para qué forcejear, si es tan fragante tu abismo! ¡ Tus rayos endemoniados mi noche iluminarán! Eres mi más dulce fracaso y mi más amarga gloria; nunca he desfilado triunfo en las santas calles de la sinceridad. Quizás ni siquiera haya un triunfo para mí en verdad, lo cual será mejor para todos, pues siendo tu cautive no tengo ya alegrías que dar.
Santo guerrero, me purificas con fuego, me haces penitente bajo tus alas por el premio de amar.
¡Arrójame la dinamita para que pueda ya explotar!
Siempre me has ganado, por mis grandes flaquezas te paseas como por el muelle, viéndome resbalar. Le sonríes a mi cara, la cual te sonríe de vuelta, porque mi derrota es dulce de saborear. ¡Para qué forcejear, si es tan fragante tu abismo! ¡ Tus rayos endemoniados mi noche iluminarán! Eres mi más dulce fracaso y mi más amarga gloria; nunca he desfilado triunfo en las santas calles de la sinceridad. Quizás ni siquiera haya un triunfo para mí en verdad, lo cual será mejor para todos, pues siendo tu cautive no tengo ya alegrías que dar.
Santo guerrero, me purificas con fuego, me haces penitente bajo tus alas por el premio de amar.