lunes, 3 de junio de 2013
Diálogos en la orilla II
-No busques sitio a la esperanza, humano, pues en alta agua te
espera ya el Demonio de los Mares; Leviatán, una bestia a la que el odio quema
por dentro, un corazón insomne, una boca despiadada, un alma consumida por el
deseo de matar y lastimar. Un demonio no puede sonreír hasta que no te ve
llorar. Su alimento es la sangre limpia de los demás. Él te comerá como a un
garbanzo, y suerte tendrás si no juega contigo antes por el placer de verte
enloquecer. Y sus motivos son, ningunos; no malgastes el tiempo en preguntarle.
Ha de ahogar el fuego de su ira, y no posee juicio alguno con el que detenerse.
Nada tiene de lo que acusarte ni lo necesita, y tú tampoco puedes juzgarlo a
él. Destrúyelo, pues, o te destruirá. Pero, ¿cómo vas a destruirlo tú, que solo
eres un hombre? Leviatán crece una tonelada más cada día, y su piel se mide en
quilómetros. Mismo ahora, millares de criaturas, incluyendo hombres y mujeres,
agonizan en los túneles oscuros de sus entrañas, y la muerte se ríe en sus
caras. La furia de esta bestia podría causar el fin del mundo; de no ser por
las víctimas inconscientes como tú que lo mantienen entretenido y saciado, ni
los dioses habríamos tenido tiempo de nacer.
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